La perseverancia y la fe han llevado al ariete mexicano a uno de los poderosos del calccio italiano
Por Pepe Penales. Los Ángeles
La llegada de Santiago Giménez al AC Milán nos debe llenar de orgullo. No es fácil llegar al futbol de Europa y menos cuando eres un delantero al que se le exigen goles, algo muy escaso en el caso de los jugadores mexicanos. El “Bebote” ha demostrado madurez y humildad pese a sus 23 años. Se nota la guía acertada de alguien que solo quiere lo mejor para él, su padre y representante, “El Chaco” Giménez. Ambos esperaron el momento apropiado para dar el salto del Feyenoord de Países Bajos para firmar con el cuadro milanés.
Santi no ha tomado atajos para llegar hasta donde está. Lo ha hecho en base a trabajo y sacrificio. Otra cosa que lo ha hecho fuerte es su fe. Cada vez que anota o que habla ante un micrófono agradece a Dios. Dice que esa es su fortaleza. Según él, todo surgió a raíz de una trombosis que sufrió cuando tenía 17 años. Tuvo que parar seis meses y pasar por tres operaciones. Su carrera pudo acabar allí, pero elevó sus oraciones a Dios (en un baño) y salió adelante debutando con Cruz Azul al año siguiente. Por eso, cada vez que marca se hinca en el césped y alza las manos al cielo.
Dice que prefiere que le digan Bebote en vez de Chaquito, porque el primero lo lleva desde que era un niño. Tranquilo y sereno de apariencia, se convierte en un león en el área enemiga. Técnica no le falta y el instinto goleador lo va puliendo partido a partido. La liga italiana es una escuela con alto grado de exigencia. Su debut con el equipo rossonero ha sido promisorio: asistencia y gol en dos juegos. También está viendo acción en la Champions.
Su buen paso por Europa es una gran noticia para la selección mexicana, que además de Santi también puede contar con otro renacido de las cenizas: Raúl Jiménez, quien a punto del retiro por una lesión en la cabeza, ha vuelto a ser un goleador temible. EC